sábado, 27 de diciembre de 2014

Espíritu navideño

A las once de la noche comenzó la cuarta película de mi maratón navideño. Cada una más mala que la anterior, aquellas historias choteadas del catálogo del Netflix desde el incómodo sillón mugroso de mi casa sola con mis calcetines agujerados que dejaban pasar el aire gélido a mis dedos de uñas enterradas representaban un escenario mejor que estar atrapado allá afuera en el tráfico de Noche Buena, en la carrera con obstáculos de salida de un trabajo represor hacia la cena familiar castrante, pero en su edición 2014 con frío y bajo una lluvia que nadie se explica de dónde salió, pero de alguna forma también fue culpa del presidente Enrique Peña Nieto.

Un día después, ya en plenitud de la Navidad, los nubarrones negros cedieron terreno al cielo de un azul intenso con blancas nubes que invitaban al optimista a sacarle una foto para subirla a Instagram y al pesimista a darse un balazo en la sien, porque eso significaba que cientos de personas, aquellas a las que la cruda de la noche anterior dejó vivir, enfilarían como lo hicieron hacia el cerro del Ajusco a juguetear en la capa de apenas dos centímetros de nieve, con la que hicieron muñecos que colocaron en el toldo de sus coches, que llegando a Six Flags en su camino de vuelta ya se habían derretido.

Afortunados ellos que ya no matan, violan y secuestran en el Ajusco gracias a la Policía Federal. Desafortunado uno que tiene que buscar drogas más fuertes que la felicidad para encontrarle sentido a la vida.

¡Chá!

jueves, 18 de diciembre de 2014

Maldito exhibicionista

Nerviosismo, banderas, porras y una multitud. El ambiente era como para recibir a la Selección Nacional de Futbol después de haber ganado un mundial contra Alemania, en penales, en Berlín, jugando con tres menos y con Ochoa lesionado. El aeropuerto capitalino, acostumbrado al desmadre (tanto que los ex sobrecargos de Mexicana viven ahí desde hace años), recibió como héroe a un güey cuyo único mérito en la vida fue cagarla.

Adán Cortés Salas, el estudiante de la UNAM que irrumpió en la ceremonia de entrega del Nóbel de la Paz con una bandera mexicana para protestar por Ayotzinapa, se sintió Ricky Martin regresando el lunes por la noche a la Ciudad de México entre gritos de sus fans, después de haber sido expulsado de Noruega por su exhibicionismo, comparable con la de cualquier espontáneo que se mete encuerado a la cancha a tratar de abrazar a Lionel Messi.

El tipo asegura que no busca protagonismo (aunque ya lo consiguió) y que sólo está interesado en denunciar la situación de violencia por la que atraviesa nuestro país. Sin embargo, no es lo mismo ir a protestar en Noruega, uno de los países más civilizados y seguros del mundo, que hacerlo en Guerrero. ¿Por qué no agarró si saquito, su bandera y su camarota y se fue a hacer lo mismo a Cocula, Teloloapan, Arcelia o cualquiera de esas comunidades donde el narco gobierna?, porque sabe que allá sí se pandea su activismo político, sin importar redes sociales o qué tan duro apriete el culo para que no lo violen.

¡Puto!



lunes, 15 de diciembre de 2014

Chale con la Navidad

En medio del tráfico de Periférico a plena hora Godínez, un baboso en un Platina blanco se metió a la mala en mi carril, aventando lámina como si trajera una Hummer y no esa carcacha que en otra vida ha de haber sido taxi pirata de los que regenteaba López Obrador. Ya estaba bajando el vidrio para sacar mi manita y mentarle su madre mientras con la otra lo deshacía a claxonazos, cuando algo en ese vehículo me hizo darme cuenta de dos cosas.

Por encima del toldo, agarradas de los vidrios cerrados contra el marco de la puerta, dos amorfos pedazos de tela roñosa color café aparentaban ser la cornamenta de un reno, simulando ser uno de los que tira del trineo de Santa Claus en Noche Buena. La primera conclusión fue que el güey del coche de enfrente, por atreverse a adornar así su coche y no saber respetar su carril, era un maldito naco y la vida se iba a encargar de hacérselo notar con sangre, sin la necesidad de que yo me bajara a limpiarme las suelas de los tenis con su tráquea; y la segunda, aún peor, es que llegó esa época del año en el que uno busca en el fondo del cerebro motivos para no suicidarse.

Ya es Navidad y la ciudad te lo hace saber a madrazos. No es suficiente adornar casas, calles y coches, es necesario gritar el espíritu navideño lo más fuerte posible para que la estridencia y el mal gusto oculten la miseria interna, que sólo provocan ganas como de guardarme en mi casa hasta enero.

¡Chá!

viernes, 12 de diciembre de 2014

Nacidos para correr

Cuatro de la mañana del jueves y la recta que se hace en Periférico Sur, desde Tv Azteca hasta después de Insurgentes, inspira a meterle pata a lo que traigas, sea un vocho tuneado como el del presidente de Uruguay o una bestia de 18 mil caballos (tal vez exagero, pero nomás tantito) como el mío. Cuando miré el tablero, la aguja estaba pasando el 160 y la erección en mis pantalones me sugirió que a lo mejor iba yo un poquito rápido.

Más terrorífico que encontrarte un fantasma viajando en el asiento trasero de tu coche, era ver por el retrovisor el flashazo del radar de la policía tomándole una fotografía a la placa para cobrarte 150 varotes de multa por sobrepasar los 80 kilómetros por hora en vías rápidas de la ciudad. Implacable e irrefutable fue durante el sexenio pasado el invento del ex secretario de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb, para evitar muertes relacionadas con el exceso de velocidad, mismo que ahora ya nos vale madres porque no se aplica más.

Desde hace mucho, tal vez desde antes de que terminara el gobierno de Marcelo Ebrard, los radares de velocidad dejaron de operar repentinamente (menos los del segundo piso, esos aún te atoran), ya que la gran mayoría quedó ciscada con los flashazos y dejó de correr como si trajeran diarrea. Ahora, a dos años de distancia y una vez que vi que podía pisarle como si fuera gallo jarioso, creo que es momento de desempolvar las máquinas para evitar que ocurra una tragedia a 200 por hora, sobre todo si la protagonizo yo.

¡Uts!

martes, 9 de diciembre de 2014

Fuera por chafa

Jesús Rodríguez Almeida no renunció a la Secretaría de Seguridad Pública del DF por haberse mostrado abiertamente autoritario y represor al enaltecer la actuación de sus elementos en las manifestaciones por Ayotzinapa, en las que los de azul madrearon y aprehendieron a los que marchaban en paz e ignoraron a los encapuchados que a pedradas irrumpieron en las tiendas para robarse unos pingüinos y unas cocas, aunque éstas fueran el elixir del capitalismo salvaje.

La verdadera razón por la que el jefe de la Policía del DF ya no lo es más, es porque sus pinches alarmas vecinales no sirven ni para juguete del perro, mucho menos para alertar sobre una emergencia y que le caigan las patrullas a mi casa cuando se meta un ratero a clavarse mis estampitas repetidas del álbum del Mundial pasado.

Me la dieron la semana pasada y, según dice el manual, procedí a activarla cinco días después, pero por más que le apreté al botoncito la central de emergencias nunca me devolvió la llamada y tras dos horas de intentarlo decidí arrancar la méndiga caja metálica de la pared para ponerla al lado de mi cama, así cuando un violador irrumpa en mi sacrosanto hogar pueda yo agarrarlo a alarmasos hasta sacarle el cerebro, porque sé que la tira no se presentará a ayudarme, y menos ahora que se quedó sin líder, aunque éste haya aspirado a ser como el Negro Durazo.

¡Chá!