jueves, 31 de octubre de 2013

Con harto pasto y llorona

Hoy los trompos están a media espada y el fuego es lento. Los ojos lloran y eso que la orden va con muy poca cebolla. Todo se servirá con una sola tortilla, no por un afán de hacer dieta y guardar la línea, sino en señal de luto, ante la muerte del creador de todo, el maestro de maestros, el responsable de la grandeza de la gastronomía de este país y los altos índices de obesidad mórbida entre la población.

En la ciudad de Berlín, Alemania, Murió el turco Kadir Nurman a los 80 años de edad, considerado el inventor del taco al pastor. La historia dice que a mediados del siglo pasado, este hombre tuvo la idea de utilizar un asador vertical para preparar el kebab con carne de cordero, que es el platillo tradicional de la comida turca.

La técnica del trompo de carne salió de Berlín Occidental y se extendió hacia el resto del mundo, llegando en la década de los sesenta a México, en donde los güeyes del restaurante de El Tizoncito se adjudicaron la invención del platillo y se han encargado de lucrar con ello, aunque la verdad están bien pinches sus tacos, insípidos y mal cocidos, con una salsa que parece vómito de crudo en sábado.

Descanse en paz el genio, que seguramente nunca se dio cuenta de lo importante de su aportación y mucho menos pudo sacarle el provecho que merecía por haber hecho felices a tantos millones a través de la historia, aunque aquí se le haya añadido la tortilla, el cilantro, la cebolla, el limón, la sal y la salsa.

¡Uts!

martes, 29 de octubre de 2013

La mugre chillona

Puedo soportar que me cobren 225 varos por boleto, más el cargo por el servicio del Ticketmaster y una cuota extra por la posibilidad de recogerlos en el establecimiento que más me plazca. No tengo ningún problema con estar dos horas formado en el frío nocturno en espera de poder entrar. Considero que las pequeñas pangas en medio de oscuros canales de fango son algo a lo que desde niño estoy acostumbrado y no me incomodan en lo absoluto. El ponche aguado y los atoles rebajados son algo con lo que puedo sobrevivir dentro de un espectáculo público, pero que me quieran ver la cara de ignorante y naco, eso ya calienta.

El espectáculo de La Llorona, que este año cumple dos décadas de presentarse en el embarcadero de Cuemanco, al sur de la Ciudad de México, es un espectáculo más lamentable que ver a un chemo haciéndola al faquir acostándose sobre vidrios rotos de botella de caguama en el Metro, tanto, que incluso justificaría el trato discriminatorio que se les da a los indígenas en el país.

En una islita entre las chinampas de Xochimilco, a la que llegas en trajinera, se monta una coreografía de danzantes concheros, igual a la que se arma todos los domingos en el Zócalo para los turistas gringos, y esa es gratis, o a la que se rifa un chavo en el semáforo de División del Norte y Torres Adalid para ganarse unas monedas, sólo que en La Llorona es en medio de lucecitas de colores, una pirámide hechiza y embarcaciones a punto de hundirse.

El espectáculo de La Llorona, que se presentará todavía hasta dentro de dos fines de semana en el embarcadero de Cuemanco, es la muestra más clara de que a los mexicanos nos gusta regodearnos en la porquería que somos como pueblo, resaltando las carencias que tenemos y colocándonos siempre en el papel de víctimas, para justificar de alguna manera lo patético de nuestras acciones, en un afán de aminorar las derrotas.

En la trama, si es que a eso se le puede llamar trama, llegan los malditos españoles a Tenochtitlán a saquear todo el oro de los pobrecitos mexicas, que son un pueblo bueno de sabiduría milenaria que los recibió con los brazos abiertos, dispuestos a compartir algo de su riqueza cultural, basada en unas piedrotas, sin saber que se los terminarían agandallando, gracias a una mujer traidora, que pagará con la muerte de su hijo su atrevimiento y por el que penará por toda la eternidad. ¡Ay mis hijos!, grita, aunque sólo se le haya muerto uno.

Para empezar, los que poblaron estas tierras hace 500 años eran unos ojetes, que vivían de someter a los pueblos vecinos y por eso nadie los quería, razón por las que los tlaxcaltecas se aliaron con los conquistadores para derrotarlos. No eran una sociedad avanzada en lo absoluto, pues todavía eran, en esencia, cazadores y recolectores, pero los ponen muy nalga para que uno sepa que sus antepasados no eran igual de patéticos que los actuales mexicanos. En resumen: todo mal con La Llorona.

¡Chá!

viernes, 25 de octubre de 2013

El escuadrón de cholos

En la estación del Metro Auditorio, seis güeyes de cabeza pelona, ropas guangochas, cicatrices sobre tatuajes malhechos en cada superficie visible de piel, paliacates en la cabeza, tenis sin agujetas y con actitud de "yo si quiero te mato y te violo antes para que sufras", se treparon al vagón en el que apaciblemente venía leyendo mi Condorito y escuchando el disco Uno entre mil de Mijares.

Estratégicamente, aunque todos entraron por la misma puerta, se repartieron a lo largo, para que nadie se les fuera a querer pasar de lanza. El que me tocó a mí, que era el más grande y feo de todos ellos, hasta me pidió de la manera más atenta que me quitara los audífonos para que lo oyera cómo me vendía unas paletitas de sandía con chile, bien horribles, de a dos por diez varos, los cuales pagué gustoso, porque el ofrecimiento traía implícito que de negarme terminaría con una navaja oxidada en el páncreas.

Pero yo, en un afán de llevar a cabo mi labor informativa y sintiéndome muy la reata, que saco mi teléfono para tomarles una foto y denunciar el hecho a Joel Ortega, el director del Metro, para que esos ñeros no sigan lucrado con el terror que provoca la cara que diosito les dio. Sin embargo, oh estupidez mía, no me di cuenta que no le quité el flash y evidencié mi atrevimiento. Afortunadamente los güeyes venían muy drogados como para percatarse, y de esa forma me evité la penosa necesidad de partirles su madre a todos cuando me reclamaran.

¡Chá!

lunes, 21 de octubre de 2013

Más pinchis días de rock

Cinturita y caderotas, castaña clara de proporciones perfectas y 19 años (más me vale), repegándoseme en un baile erótico y sudoroso hasta escurrir, en el que aunque no quisiera le agarraba alguna de sus partes pudendas sin protestar o siquiera poner resistencia, y a pesar de toda esa belleza, de alguna forma no me la estaba pasando del todo bien.

El concierto de Muse, la banda británica que toca bien chingón, fue la confirmación de que ya estoy bien pinche anciano, no porque sea un grupo que oyen en su mayoría quinceañeros conmovidos por letras con cierto grado de cursilería y algo más de fantasía cósmica (sin contar que sus canciones salen en todas las de Crepúsculo), sino porque como que ya me da oso andar brincando con el puño en lo alto y un celular en la otra mano durante los toquines.

Al principio me dejé llevar, tanto que la corriente humana me acarreó hasta enfrente del escenario, desde donde se ve bien guapo el Matthew Bellamy y ya no me pude regresar al sitio en el que los de mi edad disfrutan de esos eventos, que es hasta atrás, a la orilla de la multitud, para poder sentarse y escuchar la música con atención.

Pero ya estando ahí, en el faje colectivo de miles de adolescentes extasiados por la música, no tuve de otra que dejarme llevar, aprovechando el hecho de que yo era el único caliente al que le importaba más ver qué agarraba que cómo tocaban los de los instrumentos, con todo y su pirámide de pantallotas súper acá.

¡Chá!

viernes, 18 de octubre de 2013

Tributo al Príncipe... dote

Para homenajear a José José no tengo que mandar a hacer un trofeo con forma de dildo ni armar una fiestota a la que no voy a invitar a nadie, basta con irme a la delegación Azcapotzalco a uno de los lugares fundamentales en la carrera y la vida del Príncipe de la canción para rendirle tributo como él se merece: ¡chupando!

La República de las carambolas es una pulquería que se encuentra en la calle Yerbabuena, en la colonia Victoria de las democracias, cerca del Wal Mart de Cuitláhuac, cuya virtud se centra en el hecho de que ahí era a donde José Rómulo Sosa Ortiz, como el realidad se llama el intérprete de El triste, iba a beber hasta perder el sentido y gradualmente la voz, en los tiempos en los que, a pesar de la fama, vivía en un taxi estacionado frente al Hotel Xochimancas, en la Miguel Hidalgo.

En la entrada de la pulcata, que en realidad es el patio de una casa en obra negra, hay una fotografía enmarcada de don José brindando con un vaso de a litro, como los verdaderos hombres, que nos las tomamos de un solo trago y sin hacer gestos, tal como en sus buenos tiempos lo hacía, y aún así llegaba a cantar a El Patio, un antro de perdición que estaba por allá por Gobernación.

El de piñón es una belleza. Ese elixir rosado con semillitas, que al tomarse se derrama por la boca de lo bueno que está, explica cómo alguien se puede perder en la peda de esa manera. Lástima que don José ya no chupa, porque hubiera sido un honor festejar así sus 50 años de carrera y no con la mamada que hicieron los ojetes del Diario BASTA!

¡Salud!



¡Como los pinches hombres!

lunes, 14 de octubre de 2013

Días de fut

lunes, 7 de octubre de 2013

Escúpanle sus huevos

Un grito con mano agitándose al aire irrumpe la tranquilidad de mi desayuno. ¡Mésero, llámele al gerente!, dice un señor de más de 50 años, a juzgar por la cabeza calva con machas en la piel que se asoma en el gabinete frente al que estoy sentado yo, dispuesto a comerme unas crepas rellenas fajitas de pollo con salsa de algo muy exótico, porque según la carta cuestan más de 150 varos las muy cabronas.

Chaparrito, el único con camisa de vestir y corbata debajo del delantal en el ihop del World Trade Center, corte de niño baboso y actitud de ¿ora qué quiere este cabrón?, a pesar de su sonrisa hipócrita, se aproxima al comensal, sólo para recibir un cagón de 15 minutos sobre un omelette frío con carne que sabía feo, además de un jugo de naranja demasiado amargo para tomarse, por el cual el pelochas no iba a pagar ni un centavo, a pesar de que ya le había bajado la mitad del vaso.

Con los huevos de corbata y el culo entre las rodillas, se llevó el platillo a la cocina, a ver si con una volteada de sartén se componía, mientras el pobre mesero, al que ya habían súper cagoteado previamente, ni se quería acercar al lugar, lo cual me afectaba porque quería más lechitas para mi café.

Diez minutos después regresó el platillo, sólo para toparse con que ahora la textura de las verduras no era la adecuada para su majestad, quien cómodamente leía la sección de negocios del Reforma. La amabilidad tiene un límite y hay huevos que merecen un gargajo. ¡Hasta me dieron ganas de ser mesero!

¡Uts!

jueves, 3 de octubre de 2013

Soy un súper teto

Me sé las canciones, he visto todas las películas, hasta he pintado los personajes en la pared de mi recámara. La película sólo me hizo recordar que no he superado mi infancia. No sé Dragon Ball, te amo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

¡Ay, una güera en el Metro!

El reflejo de las luces del pesero en la palomita de sus coquetos tenis rosa con azul cielo me llamó la atención, pero lo que realmente me cautivó fue la curva a contraluz de sus nalgas en unas licras negras, rematando un atuendo deportivo que, a pesar de lo holgado de las telas, dibujaba una silueta trabajada por el rigor del gimnasio, que nomás de imaginar el sudor escurriéndole por el cuello hacia el pecho después de diez minutos en la elíptica, me dan ganas de botar este texto y encerrarme un rato en el baño.

Esa criatura, hecha por Dios con todo el amor que le quedaba después de construir el mundo, con todo y sus rubios cabellos, naricita recta, ojos azules y sus bolsas del Oxxo, estaba igual que yo esperando el camión RTP hacia el Metro Sevilla, en el cual causó conmoción entre todos los presentes, porque no es común que un pétalo así tan delicado vuele entre las nopaleras con los marranos.

Sin inmutarse, inmersa en la música de sus audífonos, viajó con todos los que, como yo, contemplábamos discretos el brillo de su blanca piel bajo el contraste de la noche del cruce de Reforma, humillando con su perfección a las admiradas formas de la Diana Cazadora. En el subterráneo, con más luz iluminando cada uno de sus fascinantes recovecos, fue aún más difícil no dejarse llevar por el instinto animal, que contradice todas las reglas establecidas por la sociedad, que dicen que no es correcto babear mientras le admiras el culo a una mujer.

¡Chá!