martes, 27 de diciembre de 2011

Ahí está su Navidad

Un hilo aguado de moco escapa de la fosa izquierda de mi nariz y se escurre sobre mis labios hasta llegarme a la barbilla, negándose a replegar con esa molesta aspiración desesperada que acostumbra el catarroso promedio cuando no hay kleenex a la mano. Los ojos se me cierran solos y dejo de sentir los dedos de mis manos sobre el volante, esperando la luz verde del semáforo.

Mientras maldigo el que se haya prohibido la seudoefedrina en los antigripales por culpa de Zenli Ye Gon, el pinche chino que usaba esa sustancia para fabricar chochitos vaciladores, una niña de aproximadamente ocho años de edad se aproxima a mi ventana con la mano extendida y la palma abierta, en busca de un poco de caridad navideña.

Sin percatarme de su presencia, mi rostro se contrae ante la inminente expulsión de medio litro de flemas en un estornudo tan violento como lo sería un Zeta con bazuca. Para no estropear mi visión y manchar el tablero, volteo la cabeza a la izquierda para dejar salir toda la furia de un catarro mutante, misma que sin querer termina en la pobre pequeña que en ese momento posicionaba sus deditos en la puerta del vehículo.

Con un semblante entre asco y sorpresa, cayó fulminada sobre el camellón con la cara enchiclosada, al tiempo que el semáforo me daba el permiso para huir impune.

¡Chá!

jueves, 22 de diciembre de 2011

¡Come plomo, hijo de perra!

Un pinche balazo más y esto sería Boca del Río, Veracruz.

martes, 20 de diciembre de 2011

¿¡Qué tranza Mijares!?

La luz de la luna caía a pleno sobre las tranquilas calles de la ciudad. El primer domingo de vacaciones navideñas comenzaba a despoblar el caos cotidiano y la noche se hacía perfecta para recorrer Reforma tranquilamente en automóvil, sin el riesgo de quedar atrapado en la inmovilidad eterna de los recorridos diurnos.

De pronto, ¡ah cabrón! Pasando Insurgentes surge una pequeña multitud que cruza de acera a acera intempestivamente, rompiendo la monotonía de la tranquilidad urbana decembrina con su andar a pie en medio de la noche. Algo en sus rostros hacía pensar que un suceso de relativa importancia se estaba desarrollando en las inmediaciones del Monumento a la Revolución.

Tranquilamente me doy la vuelta y me estaciono sin pedos en la calle de Lafragua. Unos pasos después, caigo en cuenta que ese pequeño cúmulo de gente está presenciando el concierto gratuito de Mijares, justo en donde hace tres semanas Britney Spears puso de cabeza a la capital entera.

Luego de pasar entre las 30 señoras que estaban aplaudiéndole y al ver sobre el escenario esos inentendibles intentos de pasos de baile, surge la duda de saber por qué Marcelo Ebrard promovió un concierto al que nadie iría. ¿Será que a la señora Rosalinda Bueso le gustan sus canciones? ¿O él también está atrapado en los ochenta?

¡Chá!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Descanse en paz

El recuerdo más antiguo que tengo en mi atrofiada memoria es haber estado en mi andadera, bajo el cuidado de mi tía Anita (así le decía yo), jugando en un corredor para luego correr a todo lo que mis zambas patitas daban rumbo a una escalera, de la que caí de frente y cuyos escalones dejaron una cicatriz y un chipote que aún conservo en mi cabeza.

De esa, la primera de tantas heridas que tuve en mi infancia, decía mi tía que me harían fuerte si es que no me mataban, porque fueron varias las veces que me le caí por escaparme a su vigilancia, misma que estaba enfocada en mayor proporción a su tejido, por eso es que a mis veintitantos años tengo ya achaques y el cuerpo me truena todo.

Por culpa de su comida es que ahora rehúyo a las tortillas y odio los nopales, a pesar de que nací en la delegación Milpa Alta. También es su casa responsable de mi temor a la oscuridad y mi desagrado por los espacios abiertos. Sin embargo ella fue la que me cuidó cuando nadie más tenía tiempo de hacerlo, la que me atendió cuando me enfermaba (que era a cada rato) y a la que en gran parte le debo lo que ahora soy, aunque no haya mucho que presumir.

La mañana de este miércoles falleció Ana María Salcedo Pacheco, mi segunda madre, a quien ya no pude decirle adiós por haber madurado (quesque) lejos de ella.

martes, 13 de diciembre de 2011

¡Ya págales cabrón!

El ex gobernador mexiquense, aspirante a la Presidencia de la República, muñequito de aparador, mirrrey y marido de la Gaviota, Enrique Peña Nieto, ya no es el único político mexicano que ha escrito más libros de los que ha leído, porque Mario Delgado Carrillo, actual secretario de Educación del DF y aspirante a jefe de Gobierno capitalino, le viene pisando los talones en ese rubro.

En días pasados demostró que no desentona cuando de demostrar su ignorancia literaria se trata, al confundir a Mario Vargas Llosa con Gabriel García Márquez como autor de 100 años de soledad (referencia más que choteada, por cierto) cuando Joaquín López-Dóriga le puso un cuatro en su noticiero radiofónico.

Para enmendar ese error y pararse el cuello de cara a las elecciones del próximo año, el perredista de ojos soñadores presentará en los próximos días su libro titulado 100 propuestas para la ciudad, en el que, como su nombre lo dice, explicará cómo pretende gobernar esta madre en la que vivimos.

Lo malo es que él no es el autor de dicho texto, ya que, como muchos otros, contrató a alguien que sí sabe escribir para hacer el trabajo sucio. Lo peor es que además no les ha pagado, porque no es uno sino varios los colaboradores que desde hace medio año no ven la luz.

¡Yo por eso mejor escribo de puras mamadas!

lunes, 12 de diciembre de 2011

¿Dónde te agarró el temblor?

En calzones, con mis pantuflas de pata de dinosaurio, dos días sin bañar, cubierto de moronas de pan y migajas de papitas, con un pomo de mezcal a medio chupar al lado y el control remoto de la televisión malabareando en mi mano derecha, mientras la izquierda rascaba una parte privada de mi anatomía, estaba yo el sábado por la noche cuando… ¡No mames! ¡No mames! ¡No mames!

“¿Está temblando?”, pensé yo. “¿O será las pinches drogas?”, consideré después. Pero cuando un envase de caguama vacío se rompió en el piso por el bailoteo de la mesa, supe que era la madre tierra la que estaba gorgoreando debajo de mis pies. Pensé en salirme a la calle, siguiendo los lineamientos que dicta Protección Civil, pero luego caí en cuenta que los vecinos me verían con un atuendo un poco inadecuado.

Me paré en chinga (que, como dice Polo Polo, quiere decir “muy rápido”) de aquel sofá para buscar algo con qué cubrirme, pero tropecé con una prostituta inconsciente acostada en el piso y me fui a dar un chingadazo contra la pared. Medio noqueado y con todo moviéndose alrededor, logré ponerme una bata y unos tenis para abandonar el edificio, ya cuando el pinchi temblor había pasado.

Apuesto a estas situaciones no los tiene contempladas el doctor Elías Miguel Moreno Brizuela cuando arma sus macro-simulacros en el Gobierno del DF.

¡Chá!

jueves, 8 de diciembre de 2011

Los libros malditos

Hace 30 años, México era gobernado por un doctor en derecho que prometió que iba a defender nuestra moneda como un perro y al peso se lo terminó cargando la reata; luego vino un gran aficionado al teatro y la literatura, que hasta ahora ha sido el Presidente más chafa de la historia; para dar paso a un güey que estudió en Harvard y que terminó zurrándose en el país; teniendo cono sucesor a un cuate que actualmente da clases en Yale y que pasó a la historia por no tener cambio en los bolsillos.

¿Qué tienen en común José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo? Que seguramente han de haber leído un chingo en sus carreras, pero eso no los hizo, ni remotamente, buenos gobernantes. No es que Enrique Peña Nieto, Ernesto Cordero o Mario Delgado, este último el más lelo de los tres sólo por ser secretario de Educación del DF, estén disculpados por su incapacidad para citar a los autores de los libros que hayan leído (aunque sean éstos lugares comunes), es simplemente que la clase política, culta o no, vale para pura madre.

Ahí está Vicente Fox, que se tituló poquito antes de ser el preciso, o Andrés Manuel López Obrador que sacó puro siete en la universidad, quienes sólo demuestran que los políticos apestan porque sí, por ser políticos.

Es decir, ni Enrique Krauze, José Joaquín Blanco o Luis González de Alba, están interesados en gobernarnos porque están muy ocupados escribiendo los libros que los funcionarios públicos no leen. Ahí tienen a Mario Vargas Llosa, cuyo Premio Nobel de Literatura vale madres sólo por el hecho de haber perdido con Alberto Fujimori en 1990 la Presidencia de Perú (¿De dónde creen que es Laura Bozzo?).

¡Uts!

martes, 6 de diciembre de 2011

Clasismo al revés

Entre proletarios y asalariados de mierda, este país parece estar orgulloso de pertenecer a las clases bajas, de no ser del grupo de aquellos con privilegios o que ostentan el poder, bajo la creencia milenaria de que ser rico es malo, sólo por el hecho de que tener más que los demás es inmoral en un país de jodidos, aunque sea algo que todos buscamos.

Hace unos meses, cuando Azalia Ojeda, ex Big Brother y ex elemento de la ASE, insultó a un pobre tira de Polanco, todos se ofendieron por el uso despectivo del término “asalariado”, autoasumiéndose como uno de ellos, aunque no lo fueran. Lo mismo pasó semanas atrás, cuando un junior a bordo de un Lamborghini Gallardo de pocamadre baleó un antro porque no lo dejaron entrar, provocando que lo crucificaran no por su acto, sino por el hecho de tener dinero para comprarse un auto así. Igual con los tenis de 11 mil varos del hijo de Andrés Manuel López Obrador.

Ahora bien, en el caso de Paulina Peña ocurrió lo mismo: se ofendieron más por el uso de la palabra “prole” que por “pendejos”, empleadas por igual cuando la joven trató de defender a su padre, Enrique Peña Nieto, de las burlas generadas por el tropiezo que tuvo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde dejó en claro que no lee ni el reverso de las cajas de cereal.



¿Así cómo quieren?

Con mochila al hombro, actitud relajada y la reglamentaria camisa de los Pumas para evidenciar a qué escuela pertenecen, tres jóvenes estudiantes universitarios se presentaron en la sede nacional del PRI a entregar un paquete de libros y una carta, en la que se le solicita a Enrique Peña Nieto, aspirante a la Presidencia de la República, no ser tan güey y ponerse a leer.

Acto representativo y un poco ridículo fue el que llevaron a cabo René González, Marco Masías y Fernando Corzo, para echarle todavía más en cara el cagón que tuvo el fin de semana pasado en la Feria del Libro de Guadalajara, cuando no supo responder cuáles son los tres libros que más lo han influenciado en su vida, cosa de la que nos hemos cagado de risa hasta el hartazgo.

Sin embargo, el golpe hubiera sido más efectivo si uno de los textos que le mandaron leer no fuera la basura apestosa de Muertos incómodos, escrita por Paco Ignacio Taibo II y el Subcomandante Marcos, el cual cuenta la historia de un crimen por resolver en Chiapas (¿dónde más?) y cuyo protagonista es un indígena caricaturesco con aspiraciones al Sherlok de Arthur Conan Doyle.

El otro título correspondía a una novela del periodista y escritor mexicano Luis Spota, fundador del Consejo Mundial de Boxeo, de quien sólo tengo buenas cosas que decir... por eso no diré nada.

¡Chá!


viernes, 2 de diciembre de 2011

Hecatombe en el Ragga

Que se voltea un güey y que me dice: “Hola, soy Iker, primo de Gustavo y amigo de Iñaki, ¿cómo has estado?”, al tiempo que me ofrecía la mano en saludo, la cual yo estreché cortésmente al decir: “Pus’ yo soy cuate de un güey y primo de otro cabrón, ¿qué tranza?”, para luego seguir bailando con Claudio Yarto, conocido rapero y madreador de ex novias, quien en ese momento ya estaba hasta su madre y le pedía al conjunto musical, liderado por el antes homosexual hijo de Lupita D’Alessio, que tocara una de sus rolas.

Así es el ambiente en el Ragga, un club nocturno de pocamadre en Polanco, al cual sólo entra lo más acá de lo más acá y donde me pude colar gracias a que le dije al de la puerta que yo era el de los hielos. Una vez del otro lado de la cadena, pude voltearme a pintarles cremas a la bola de mirrreyes que seguían reclamando su nombre en la lista de honor.

Ya adentro, intenté ligarme a Leonardo de Lozanne, porque la verdad está más bonito que Montserrat Oliver, aunque sea bato. Como no se armó, tuve que pegármele a Daiana, mejor conocida como “Lo que se andaba comiendo Kalimba”, para ver si aflojaba algo, pero como a mí no me gusta la carne de gato, me le fui después de 15 cubas y dos harinazos.

En tanto, una cabellera rubia se meneaba al ritmo de la música al fondo, en donde no cabía una sola alma más y todos los presentes se empujaban para llegar a ella, la reina de la noche, quien apenas dijo “hola” al llegar y cuya sola presencia fue capaz de provocar el caos: Pamela Anderson.

Que le aplico la de “yo sé que tú y yo nada que ver, pero… ¿qué tal ahora?”, aunque la rubia siguió en su pedo bailando sobre sus rodillas y sin soltar su vaso, mientras los organizadores y guardaespaldas solicitaban a fotógrafos y camarógrafos que se alejaran de ella, en lo que la música cambiaba de los ochenta a la generada en una tornamesa por un DJ, en cuyos alrededores.

Afuera del lugar, un centenar de personas seguía hasta las dos de la mañana en espera de una oportunidad para entrar y verla a ella y a las playmates nacionales, aunque sea de lejos y entre el tumulto. Al salir y pintarles cremas por segunda ocasión, les dije a los que aún esperaban que ni estaba tan chido adentro.

¡Salud!