lunes, 17 de enero de 2011

Kalimba es verbo, no sustantivo

La Roma, Ciudad de México. Noche de sábado fría y alborotada por la coincidencia del calendario con la quincena. El bar, un tributo al hoyo fonky setentero con luces verde neón tintineantes y un olor a baño tapado con el vómito de whiskey con tlayudas oaxaqueñas. Yo, mientras tanto, me encuentro sorprendido por la primera vez que esa historia del reportero/héroe de guerra funciona para hacerle la plática a una mujer en la barra, ayudado por la cerveza de cortesía y un nuevo corte de cabello que haría ovular hasta a la Madre Teresa.

“Yo sé que tú y yo nada que ver pero, qué tal ahora”, le dije a esa güerita con aroma de mujer malcogida y ojos color miel, esperando que el alcohol diluyera un poco del patetismo que encierra esa inútil frase hecha. Sus labios rosados e impregnados de gloss, sal de cacahuates botaneros y cerveza, se abren para enseñar una sonrisa que deslumbra y me obliga a voltear con los presentes y poner mi cara de “sí güeyes, viene conmigo”.

Al verme en el espejo con mi nueva conquista, caigo en cuenta de que la plusvalía de su sensualidad recae en el hecho de verse como quinceañera, lo que en mi mente genera un “ay cabrón, esto está muy Kalimba”.

A riesgo de aventarme un arjonazo, puedo sentenciar que Kalimba es verbo, no sustantivo.

¡Chá!

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